Quizás fue el Sur de Jorge Luis Borges, o el Sur de Ursula K. Leguin donde comenzó mi obsesión por el polo sur, por un tiempo escribí mucho del País de las Furias y de las Tormentas como un sobrenombre para la Antarctica, por el poderoso Estrecho de Drake y el Mar de Ross donde los remolinos giran eternos en impresionante locura y orquesta sinfónica de olas infernales y fríos inmemoriales. Ese lugar, donde está la Villa de las Estrellas. También pensaba mucho en estudiar en Nueva Zelandia, Aotearoa, para visitar sus orillas pálidas. Creo en ese tiempo, mis sueños yacían atrapados en tierras distantes y en tiempos profundos, ancestrales.
Antárctica
Porque la violencia de esos mares antárcticos, de esas ventiscas asesinas que siempre soplan por su superficie fría, áspera e insípida, respiraban inspiración o terror a la serenidad de los océanos de latitudes menores y épocas pretéritas, así bajo las capas de hielo hay la traza de la locomoción eterna de continentes perdidos, fósiles incluso de plesiosaurios y todo genero de moluscos. Y también en esos fósiles, deducen los eruditos en materia del océano, que el nacimiento del Antártico en el Oligoceno generó las condiciones para el origen de los místicos del mar, los misticetos, o ballenas barbudas, músicos que hoy brindan alegría y sabiduría a la mayoría de los reinos pelágicos.
Por ese tiempo era divertido trazar las coordenadas de las ballenas jorobadas en los mapas satelitales de la cobertura glacial, las veía sumergirse entre los icebergs y jugar en el hielo cambiante durante el transcurso de la primavera. Al estudiar oceanografía, la mención de los polos siempre expandió mi mundo, pensé volverme glaciológo por un tiempo. Era increíble pensar en osos polares y en pingüinos. Cuando era niño siempre me intrigó el calamar colosal, un pariente distante del calamar gigante que habita los abismos, enemigo mortal del cachalote. Por esos años también leía Moby Dick y Melville refería a los dos polos como fortalezas congeladas, santuarios para las ballenas, que sí la industria ballenera tuviera éxito en su empresa de genocidio selenita, las ballenas hallarían refugio ahí, en ese recinto del misterio.
Así perturbaban mis sueños, imágenes de los estuarios en Valdivia, a Tierra del Fuego, visiones del Cabo de Hornos donde resoplan sus vapores las orcas y las ballenas francas, y el firmamento es colorado, hirviente y pronto las estrías del hielo azul avanzan, descontroladas, y se fusionan con las venas del infierno. Quizás era el fetiche del gaucho, el espiritu salvaje, pero me encontré recitando lugares cercanos y lugares lejanos, ese era mi mantra, traemos la maravilla de los lugares lejanos a nuestros lugares cercanos, una suerte de así arriba así abajo, y miraba a las estrellas resplandecientes de la noche como mis confidentes - sin saber sus nombres - y al mar del invierno lo miraba como mi cómplice, mi vida parecía tener sentido, me adornaba de estas imágenes como medallas. Y las gaviotas me decían que estas medallas eran un adorno, era un acto para esconder lo que realmente sentía, mi corazón se sentía estrellado, y las gaviotas lo sabían.
Albatros
Y escribía de estas gaviotas, escribía sobre el albatros, para Melville alegoria del espiritu humano, pero yo tendía a su figura en el poema La Rima del Antiguo Marinero, mi inconsciente gravitó hacía ese poema. El albatros es asesinado, la gaviota se vuelve mártir, y el marinero es objeto de una maldición al devenir en el terrible holandés volador, fantasma hambriento que no puede tocar tierra y las Furias, esas valquirias de la mitología griega, descienden sobre el marinero con sus espadas y lanzas y sus garras y tridentes y árpones y lenguas de basiliscos, venenosas, y despliegan todo el castigo del océano. Porque la venganza sólo trae venganza, y esa era la ciencia para mi, la monomanía de Ahab, la historia de todos tenemos un antártico.
Pero ahora esas historias no me llaman. No me convence la conquista. James Cook no es mi espiritu animal. Pero puedo admitir esto, que viajar al Sur y ver por primera vez la Cruz Austral, admito, causó en mi cierta maravilla.
Ahora, las gaviotas, hoy encontré una gran pluma de gaviota o cormorán, este género de ave, son un símbolo de lo inalcanzable, del espiritu humano siendo desmenuzado, la muerte del ego y la llegada de la brisa marina que trae la gracia de los marineros, porque en el mar es todo cambio y trueno.
La gaviota para mi, es un símbolo de violencia, una tormenta con alas que depreda a los pequeños cangrejos y voltea las almejas que se esconden en la arena. La gaviota es una luz reveladora, que desnuda los matices misteriosos y la fragilidad del mar, la fragilidad del cambio y la impermanencia del trueno, es dulce y cruel. Y dicen sus voces contienen la absoluta tristeza del océano. Podría decirse, la gaviota es la anti-tesis de la foca. Sí la selkie es el misterio protector, la gaviota es el misterio apocaliptico, revelador.
La gaviota tiene la labor más triste de todas, el misterio es su alimento. Mi corazón estrellado fue alimento para ella, se comió todas mis estrellas, y desparramó sus entrañas por toda la playa, reveló cuán frágil era mi corazón, cuán delicados eran mis sueños, y de sus cadaveres se creó otra Tierra, otro mundo nació de ellos, de estos fragmentos de estrella, de los sueños rotos, e ilusiones destruídas.
Pero acaso, ¿la revelación no engendra con sus sangres y visceras colgantes otro gran misterio?
La Caracola de Mar
Dicen el reino molusco protegió al Buda en su sendero a la iluminación. Los caracoles son, más santos que el propio Buda. En la playa, veo a las gaviotas alimentarse de ellos y dejar sus caracolas vacías en la orilla. ¿Quien cuida a los moluscos en su camino a la iluminación? ¿Cuál es el misterio de la caracola?
La caracola de mar no es acaso el rostro cristalino del mar, el diamantino prisma que contiene los cien mil rostros y nombres y fuerzas de aquello que denominamos sutil y sagrado. Siempre pensé lo hermoso que era el vidrio de mar, los insectos del corazón, los otros arrecifes. Y es irónico, porque estas obras maestras con sus bellas simetrías, incluso la perfecta espiral del nautilo, usualmentente las encuentras todas rotas y arruinadas en la cara de la playa, en el espejo de las olas.
Y mientras miraba mi rostro en el verde lustre del mar, encontré mi reflejo roto por las corrientes y movimientos internos de las aguas, circunferencias que torcían mi habla, mis sentimientos no llegaban al otro lado del océano, el rugido del mar me devoraba. Pero en esa oscuridad me sentí perfecto.
Me sentí perfecto en esa oscuridad, en esa opacidad, en ese misterio, en esa incomprensión y locura. En ese estado miserable me sentí perfecto. Sólo en esa noche o atardecer miserable, nuestras veladoras eran toleradas.
En esa noche miserable del alma nos juntábamos con nuestras débiles candelas, más allá de la muerte y del amor, de los cadáveres de los albatros muertos, de las equivocaciones y errores nuestros, el resultado de nuestras malas decisiones, los castigos, nuestras complicidades e inautenticidades, ahí en esa catedral de mármol y hueso ébano, en esa carcasa esquelética de ballena que ya no respira, en ese silencio abrumador, eramos tolerantes, compasivos, eramos perfectamente imperfectos.
En esa caracola con forma de corazón que reconocí en la playa, blanca ya, erosionada, de sueños rotos, sin un antártico ya, perfectamente inútil - ya no podías oír el mar al acercarla a tu oído - ese espécimen bien pude ser yo con todos mis regalos, dada la circunstancia, inclinación o posición respecto al eje de las olas, esa caracola era un reflejo mío, o yo era un reflejo de esa caracola y todas las caracolas vacías y rotas en la orilla del mar.
Y ahora siento de manera muy sincera, que no queríamos ser perfectos, que no viene de nosotros este deseo de perfección, que en el fondo, sólo quería o queríamos tener un amigo, un escucha. Pero el rugido del océano nos devoraba, y no podíamos escucharnos, mi corazón gritaba, y tu corazón gritaba y las olas no dejaban de venir y las gaviotas gritaban, y me hacía espuma o me volvía la arena de la playa, muy fino, me volvía bello, como un caracol que protegía la cabeza de un Buda, decendía en mi la gracia del mar, un nuevo mundo nacía a través de mi, todo era terrible, perfectamente imperfecto.